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El que camina el Camino del Norte tarde o temprano acaba en una barra.
No por cansancio, sino por instinto. Por esa atracción que provoca ver los mostradores repletos de pan, palillos, colores y olores que cambian con cada bar y cada pueblo.
Desde Bilbao hasta San Sebastián, los pintxos son parte del paisaje: pequeños, brillantes, colocados con mimo como si fueran joyas comestibles.
Pero lo bonito de todo esto no es la estética, ni siquiera el sabor, —que también—.
Lo bonito es el ritual: pedir un zurito, charlar, comer de pie, cambiar de sitio. Reír.
El pintxo no se come: se comparte.
De dónde viene todo esto
El pintxo nació humilde.
Una rebanada de pan, una anchoa, una aceituna, un palillo.
Un invento de barra en los bares de San Sebastián a principios del siglo XX, hecho para acompañar el vino y alargar la conversación.
Vino, palabra, pan y mar. Esa es la fórmula.
Luego vino la creatividad. En los años 30, bares como La Espiga o Casa Vallés empezaron a jugar con el sabor.
De ahí salió la Gilda, ese pincho de aceituna, anchoa y guindilla que se convirtió en icono.
Y aquí una nota para sibaritas con curiosidad: las guindillas que lleva la Gilda son, en realidad, piparras, las finas y suaves guindillas verdes con Denominación de Origen del País Vasco.
Si las pruebas frescas o las compras en el mercado WAYS del Camino, entenderás por qué el mundo entero habla de ellas.
Y si las acompañas con una copa fría de Txakoli, también en el mercado de WAYS, y que es el vino blanco vasco por excelencia, la cosa se redondea.
La evolución del pintxo
El pueblo vasco tiene una virtud: no deja de cocinar, ni de mejorar lo que ya funciona.
Así, el pintxo se convirtió en un campo de juego.
Lo que empezó con pan y anchoa terminó en creaciones con foie, txangurro, solomillo, setas, pulpo o queso Idiazabal.
Hay bares que parecen laboratorios y otros que mantienen lo clásico, pero todos tienen el mismo aire de familia: producto bueno, sabor claro, cero tonterías.
Y sí, en Euskadi se puede comer de pie mejor que sentado en muchos restaurantes del mundo.
Dónde saborearlos en el Camino del Norte
El Camino aquí no solo se anda: se come por etapas. De Irun a Castro Urdiales, cada pueblo tiene su versión de lo perfecto.
Irun
- Empieza con la Gilda. Es la medida justa del mar y el carácter.
- La txaka —ensaladilla de cangrejo sobre pan— se come de un bocado y deja ganas de otro.
Hondarribia
- En Gran Sol, que ha ganado premios, prueba el txangurro o el foie.
- En El Callejón, la tortilla y las gildas no fallan.
- Las anchoas frescas del casco viejo valen el paseo.
San Sebastián / Donostia
- En Casa Vallés y Txepetxa nació la Gilda. Respeta el origen.
- En Bar Néstor, la tortilla es una religión (llega pronto o te quedas sin).
- En Bergara, prueba el “Txalupa”: setas y mar, caliente y suave.
- En Goiz Argi, la brocheta de gambas no falla.
- En La Cuchara de San Telmo o Sport, foie y carrilleras con alma.
- En Borda-Berri, cocina con descaro: oreja, risotto, pulpo.
- En Gandarias, el solomillo se come sin cuchillo, con respeto.
- En La Viña, el cheesecake que se volvió famoso en medio planeta.
Orio
- Tortilla gruesa, con o sin bacalao, pero siempre jugosa.
- Pintxos de bacalao que se derriten con el Txakoli local.
Zarautz
- Anchoas, pimientos y mar.
- Txangurro relleno o al horno: el sabor de la costa, sin artificio.
Getaria
- Pan, anchoa, Txakoli. Trilogía perfecta.
- Txangurro en pimiento del piquillo, el clásico que nunca muere.
Deba
- Bonito ahumado y txistorra sobre pan: dos extremos, mismo placer.
Ondarroa y Lekeitio
- Txipirones a la plancha o en su tinta.
- Pulpo, tierno, directo del mar.
Gernika
- Pimientos de Gernika, suaves y dulces, a veces con anchoa encima.
Bilbao (Casco Viejo)
- Bacalao al pil-pil en Café Bar Bilbao o Gure Toki.
- Carrillera melosa, mini hamburguesas, txistorra en hojaldre.
- En Motrikes, los champiñones son ley.
Portugalete y Santurtzi
- Sardinas asadas y ensaladilla de bonito: puerto, carbón y sal.
Castro Urdiales
Ya es Cantabria, sí, pero aquí el sabor no entiende de fronteras. Las rabas (calamares fritos) y los mariscos a la plancha son parte del mismo viaje: el que une costa, tradición y buena mesa.
Cómo vivir el ritual
- Pide uno o dos pintxos por bar y sigue caminando.
- Acompáñalos con un zurito o un vaso de Txakoli.
- Pregunta siempre cuál es el pintxo del día —aquí hay orgullo detrás de cada plato.
Y sobre todo, habla, ríe, comparte. Nadie come solo en una barra vasca.
Más que cocina
El pintxo es Euskadi en miniatura: honesto, sin adornos, pero lleno de alma.
No presume, no compite. Se ofrece.
Cada bocado es una historia: del mar, del caserío, de la familia que lleva tres generaciones detrás del mostrador.
La cocina vasca tiene fama mundial —Arzak, Subijana, Aduriz—, pero su esencia no está solo en los menús de autor: está en las barras.
Ahí donde el pan huele a recién hecho y el cocinero te mira a los ojos mientras te sirve.
El secreto es simple: ingredientes reales, respeto y alegría.
Y eso, amigo, no se enseña. Se hereda.

Bertsolaris, Dantzaris, Tamborradas… y mucho más
Viajar por el Camino del Norte es adentrarse en un paisaje que suena.
Entre el mar y las montañas, cada pueblo del País Vasco respira ritmo, canto y comunidad.
Aquí la música no es espectáculo: es memoria, resistencia y orgullo.
Cantar juntos, tocar juntos, bailar juntos.
La música vasca es un idioma propio, hecho de madera, piedra y voces.
Durante siglos, cuando el euskera fue perseguido, el canto y la danza mantuvieron viva la lengua.
Hoy siguen siendo una forma de decir: seguimos aquí.
No es casual que los vascos digan con humor: “Tres vascos, un coro.”
Bertsolaritza: poesía cantada y alma improvisada
Los bertsolaris son poetas que improvisan versos cantados en euskera.
Ante un público, y a partir de un tema o reto, componen de inmediato sus estrofas: ingenio, emoción y ritmo.
No hay libreto ni trampa, solo talento y conexión con la gente.
Los orígenes del bertsolaritza se remontan al campo, cuando las historias se contaban cantando en las ferias o tabernas.
Durante la dictadura, fue refugio y resistencia cultural.
Hoy es símbolo de identidad y arte vivo: los campeonatos llenan plazas y teatros, y los bares de Gipuzkoa siguen siendo su escenario natural.
Dónde vivirlo:
Donostia, Zarautz, Getaria, Hondarribia —durante las fiestas de verano o campeonatos locales.
Cada cuatro años se celebra el Campeonato Nacional de Bertsolaris, un auténtico homenaje a la lengua vasca.
Dantzaris: el cuerpo que habla en ritmo
Las danzas vascas no son adorno, son ceremonia.
Los dantzaris mantienen vivas coreografías que se bailan desde hace siglos: el Aurresku, la Dantzari Dantza, las danzas de espada.
Cada paso, cada salto, tiene su historia.
El sonido del txistu (flauta) y el tamboril guía los movimientos; los trajes blancos, las fajas rojas y las cintas coloreadas completan la escena.
Antes eran rituales de fertilidad o protección; hoy son una forma de unión y de orgullo local.
Dónde vivirlo:
En las fiestas patronales de casi todos los pueblos del País Vasco: Bilbao, Durango, Abadiño, Zarautz o durante la Aste Nagusia (Semana Grande) de Donostia, en agosto.
En las plazas, entre sidra, música y aplausos, la tradición sigue bailando.
Tamborrada: el rugido de un pueblo unido
El 20 de enero, Donostia se transforma.
A medianoche, el estallido de tambores marca el inicio de 24 horas de ruido, ritmo y alegría colectiva.
La Tamborrada es la fiesta más intensa del País Vasco: más de 15.000 donostiarras, vestidos de cocineros y soldados, recorren las calles tocando el Himno de San Sebastián al unísono.
Lo que empezó como una burla a los ejércitos napoleónicos se convirtió en una celebración de identidad y resiliencia.
Durante ese día, nadie es espectador: todos son parte del mismo tambor.
Dónde vivirlo:
- Donostia / San Sebastián, 20 de enero.
La Plaza de la Constitución es el corazón de la fiesta, donde se iza la bandera y todo comienza. - En verano, versiones más pequeñas resuenan en Bilbao, Zarautz, Hondarribia y Getaria.
Muchos sonidos, una sola canción
Euskadi tiene una de las tradiciones musicales más ricas de Europa.
Cantar y tocar es una forma de estar en comunidad:
- Ochotes (coros masculinos en Bilbao)
- Trikitixa (acordeón diatónico que anima toda romería)
- Txalaparta (instrumento de madera tocado entre dos personas)
- Txistu y Alboka, flautas que suenan desde hace siglos
Las noches de Santa Águeda son puro folclore: los vecinos cantan puerta a puerta, con trajes y faroles.
En Navidad, los niños siguen al Olentzero entonando canciones antiguas.
Y en los bares, los coros surgen de la nada, sin escenario, sin micrófonos.
Aquí la música no se consume: se comparte.
De lo tradicional a lo contemporáneo
La tradición musical vasca no se detuvo en el pasado.
Artistas como Mikel Laboa, Benito Lertxundi o Oskorri mezclaron poesía, folk y protesta, creando un sonido que sigue siendo profundamente vasco.|
Festivales como Heineken Jazzaldia (Donostia) o BBK Live (Bilbao) demuestran que la música vasca evoluciona sin perder sus raíces.
La trikitixa, la txalaparta y las voces de los coros conviven con guitarras eléctricas y sintetizadores.
Todo forma parte del mismo ADN sonoro: emoción, colectividad, verdad.
Dónde y cuándo vivir la música vasca en el Camino del Norte
Tradición | Cuándo | Dónde |
---|---|---|
Bertsolaritza | Verano y fiestas locales | Donostia, Zarautz, Getaria, Hondarribia |
Dantzaris | Fiestas patronales (junio–octubre) | Bilbao, Durango, Abadiño, Donostia |
Tamborrada | 20 de enero | Donostia / San Sebastián |
Cantos y coros | Todo el año | Bares, plazas, festivales, navidades |
Festivales modernos | Julio–Agosto | Heineken Jazzaldia, BBK Live |
Una misma alma
Bertsolaris, dantzaris, tamborreros... tres formas distintas de decir lo mismo:
La música es el corazón de Euskadi. Es resistencia y celebración, memoria y presente. Y si caminas por el Camino del Norte, no solo la verás: te atrapará. Porque aquí, entre mar y montaña, el ritmo no viene de un escenario, sino de algo más profundo: la gente, su lengua, su tierra.

Cuando caminas el Camino del Norte por la costa vasca, hay una tradición que no pasa desapercibida. Es pura vida, puro folclore en movimiento: Herri Kirolak, los “deportes del pueblo”. Competiciones de fuerza, destreza y orgullo comunitario que son el reflejo vivo del campo vasco, de su gente, y de esa manera tan nuestra de entender el trabajo y la vida.
Origen e historia
Los Herri Kirolak nacen del trabajo real, del día a día en los caseríos y en el mar: cortar leña, levantar piedras, segar hierba, arrastrar cargas, tirar de cuerdas. Al acabar las faenas o en las fiestas del pueblo, lo que era labor se convertía en reto: ¿quién corta más rápido?, ¿quién levanta más peso?, ¿quién aguanta más? Así, entre risas, sudor y txakoli, nacieron los héroes locales y una tradición que todavía late fuerte.
A finales del siglo XIX y principios del XX, estos desafíos ya eran parte fija de ferias y romerías. La industrialización no los borró; al contrario, los convirtió en símbolo de identidad y resistencia. Hoy los Herri Kirolak siguen presentes, con campeonatos, festivales y exhibiciones que conectan a las nuevas generaciones con el espíritu irreductible de Euskadi.
Las disciplinas principales
- Aizkolaritza (corte de troncos): los aizkolaris se baten hacha en mano para atravesar troncos enormes con fuerza y precisión.
- Harrijasotzea (levantamiento de piedra): auténticos titanes levantan bloques de más de 200 kilos en forma de cubo, esfera o cilindro.
- Txinga eramatea (transporte de pesos): caminar lo más lejos posible cargando una pesa en cada mano.
- Lasto altxatzea (levantamiento de fardos): levantar repetidamente fardos de paja con polea hasta el cielo.
- Sokatira (tira y afloja): deporte de equipo con raíces antiguas; sigue siendo protagonista en casi todas las fiestas.
- Idi probak (pruebas de bueyes): los animales arrastran grandes piedras, demostrando fuerza, compenetración y paciencia.
Y aunque a veces se olvida, la pelota vasca y las regatas de traineras también forman parte de este paisaje deportivo de mar y monte. Todos comparten los mismos valores: esfuerzo, tenacidad, orgullo colectivo y respeto por la tierra.
Los mejores pueblos del Camino del Norte para ver Herri Kirolak
Estos pueblos no se eligen al azar. Son los que mantienen viva la tradición, donde los horarios están grabados en el calendario de fiestas y el sonido del hacha o la cuerda forma parte del verano. Aquí va la guía, directa y verificada, de dónde y cuándo vivirlos como se debe:
Donostia / San Sebastián
El corazón palpitante de los Herri Kirolak. Durante la Semana Grande / Aste Nagusia (a mediados de agosto), las plazas y las playas se convierten en un escenario brutal: corte de troncos, levantamiento de piedra, fardos al aire y tiras de cuerda que hacen vibrar al público.
No se limita al verano: hay exhibiciones profesionales y competiciones abiertas durante todo el año.
Getaria
Aquí, los Herri Kirolak son sagrados. En las Fiestas de San Salvador (primera semana de agosto), la plaza y el puerto se llenan de aizkolaris, harrijasotzailes y bueyes en plena faena. También en San Pedro (29 de junio) y San Antón (17 de enero) el pueblo vuelve a latir al ritmo del esfuerzo.
Zarautz
Arena, mar y músculo. En verano y durante las fiestas patronales (junio a agosto), las playas y la plaza central se llenan de exhibiciones al aire libre. Zarautz es puro espectáculo costero: deporte, tradición y un público que anima como si fuera la final de la Champions.
Bilbao (Casco Viejo y Basque Fest)
El Bilbao Basque Fest (abril) es una cita obligada: varios días de talleres, competiciones y demostraciones que mezclan fuerza y cultura.
Durante el verano, los barrios del Casco Viejo celebran sus propias fiestas, y siempre hay un hueco para los deportes rurales.
Markina-Xemein
Tierra de pelota vasca (jai alai), pero también de fuerza bruta. En sus ferias y fiestas, las piedras vuelan y los aizkolaris se baten como antaño. Tradición pura.
Hondarribia
En septiembre, las Fiestas de Hondarribia combinan el espíritu marinero con la potencia rural. Las pruebas de Herri Kirolak se entremezclan con regatas y celebraciones pesqueras. El escenario: un pueblo precioso donde el olor a mar y a madera recién cortada lo llena todo.
Deba y Gernika
Ambas representan la esencia del deporte rural más auténtico. En Deba, las fiestas de verano traen las pruebas clásicas: cortar, levantar, arrastrar.
En Gernika, el Mercado de los Lunes y otras festividades locales son el mejor escaparate para ver a los campeones del esfuerzo.
Entre todas las paradas, Donostia, Getaria, Zarautz, Bilbao y Hondarribia son las más fiables y vibrantes para empaparte de esta tradición vasca única.
Consejos del Camino
- Cuándo: entre junio y octubre, coincidiendo con las fiestas patronales; agosto y abril son los meses grandes en las ciudades.
- Dónde: en las plazas, puertos, playas y ferias. Pregunta en la oficina de turismo por el programa de “Herri Kirolak”.
- Cómo: la mayoría son gratuitos y abiertos al público, pero llega temprano si quieres ver algo más que los hombros de los de adelante. Algunos pueblos incluso ofrecen talleres para probar tú mismo a cortar madera o levantar piedras (bajo supervisión, claro).
Por qué importan los Herri Kirolak
Porque no son solo deporte. Son una celebración de lo que somos: del esfuerzo, de la comunidad, del orgullo de un pueblo que aprendió a vivir de su tierra y su mar. Verlos, oír el golpe seco del hacha en el tronco o el grito de ánimo en una sokatira, es entender algo esencial de Euskadi.
Así que si haces el Camino del Norte, guarda un día para vivirlo. No hace falta entender las reglas. Basta con mirar, escuchar y sentir. Es potente, es emocionante, y es, sin duda, lo más vasco que verás en todo el camino.

Quien recorre el Camino del Norte de la Costa vive un diálogo constante entre dos fuerzas titánicas: el mar Cantábrico y la montaña desafiante de la Cordillera Cantábrica y los Picos de Europa. En ningún otro lugar de la península el azul del Atlántico y el gris de la roca caliza se abrazan con tanta cercanía y dramatismo. Desde San Vicente de la Barquera el horizonte cambia, y el viajero empieza a percibir cómo las cumbres se elevan, marcando el paso y la identidad de la ruta.
Los Picos de Europa dominan el paisaje astur-cántabro como una fortaleza de piedra y verdor; son el corazón mineral de la cordillera y ofrecen al peregrino vistas sobrecogedoras, cañones vertiginosos y senderos que retan el cuerpo y el alma. El Camino del Norte avanza siempre guiado por su perfil lejano, dibujando una senda que parece buscar el equilibrio exacto entre la brisa salina y el frescor montañés.
Pero quien camina por el Norte descubre que la travesía tiene desvíos preciosos y legendarios que aventuran hacia el interior montañoso. Uno de ellos, cargado de simbolismo y belleza, es el peregrinaje a Covadonga, enclave sagrado en el corazón de los Picos de Europa. La Santa Cueva y la real basílica de Covadonga no solo ofrecen recogimiento y leyenda: son punto de destino para peregrinos que buscan el eje espiritual de Asturias, el origen de la fe jacobea y la puerta de entrada al paisaje más profundo de las montañas.
Desde la ruta costera se abren caminos ancestrales, como el Camino Lebaniego, que se aleja entre desfiladeros y valles para cruzar la muy cántabra Hermida y alcanzar el monasterio de Santo Toribio de Liébana. Allí, la peregrinación se encuentra con la historia y la soledad de las alturas; los prados de cabras y vacas tudancas, los quesos azules y las ferias ganaderas, todo bajo el influjo de la montaña sagrada. El Camino Primitivo, por su parte, se interna desde Oviedo atravesando pasos de roca, aldeas escondidas y parajes solitarios, siguiendo las huellas del primer peregrino real en busca de Santiago.
La Cordillera Cantábrica, fuente de clima y cultura, marca el carácter de la ruta, el sabor de los productos, la fortaleza de los viajeros y la orografía de cada etapa. Aquí la montaña no es solo paisaje: es cultura viva, modela desde hace milenios la vida agrícola y ganadera, las fiestas rurales y la cocina de cuchara, y enseña al caminante la importancia de observar el tiempo, respetar el terreno y dejarse sorprender por la hospitalidad local.
Así, el Camino del Norte de la Costa, en diálogo permanente con las otras rutas montañesas, es un sendero entre el mar y la montaña: une el rumor del oleaje con el misterio de las cumbres y los destinos legendarios, invita a desviar el paso y perderse entre cañones y collados, y revela la fusión profunda que engrandece el alma del Norte.
Aquí, cada desvío es aventura y aprendizaje; cada llegada es pausa y asombro.

En el Norte de España, la sidra es mucho más que una bebida: es tradición, memoria viva y símbolo de hospitalidad. Su historia empieza con los manzanos autóctonos que tapizan las tierras húmedas de Asturias, el País Vasco y Cantabria, donde el clima atlántico favorece cultivos llenos de aroma y acidez, perfectos para la sidra artesanal. Estrabón y cronistas medievales ya mencionaban su consumo, cuando los primeros “llagares” —bodegas y prensas de sidra— conformaban parte esencial de la vida comunal y de la riqueza rural regional.
El arte del llagar perdura: en cada zona del Camino del Norte, la manzana se recolecta y fermenta con mimo, manteniendo vivas variedades autóctonas y métodos que esquivan la industrialización. Asturias ha visto renacer pequeños productores artesanales como Valverán (Sariego), pionero en la sidra de hielo; Cantabria conserva llagares familiares en valles como el Pas o Ribadedeva; y la tradición vasca se internacionaliza con sidras como Zelaia e Isastegi en Gipuzkoa, referentes del saber hacer del txotx.
El consumo traduce historia y rito: en Asturias, la sidra se escancia desde altura para oxigenarla, servida en culines entre charla y ronda. Los chigres asturianos y sidrerías vascas son mucho más que tabernas; son templos del encuentro, de la cocina regional y de la cultura popular. En el País Vasco, las sidrerías celebran el txotx cada primavera, rodeadas de menús clásicos y largas reuniones donde la sidra se comparte como parte esencial de la experiencia gastronómica y social.
Para el peregrino en el Camino del Norte, la sidra se convierte en parada obligada en su travesía por pueblos y ciudades costeras.
En Asturias, no puedes pasar de largo sin visitar:
- Gijón: Sidrería La Costa (Travellers' Choice), Casa Ataulfo y Casa Trabanco, famosa por el “Túnel de la Sidra” y catas guiadas.
- Villaviciosa: Casa Cortina y El Roxu, epicentro de la feria anual de la sidra y una de las grandes capitales manzaneras de España.
- Oviedo: Alterna Sidrería, El Ferroviario y El Pigüeña, en la Calle Gascona, donde cada rincón huele a sidra y comunidad.
- Grado y Amandi: Donde Feudo Real y Sidra Cortina ofrecen experiencias de sidra artesanal entre bosques y prados.
En Cantabria, aunque menos protagonista, puedes disfrutar de sidra en:
- Santander y Torrelavega: Sidrerías locales y bares ideales para tapear con sidra asturiana.
- San Vicente de la Barquera y Ribadedeva: Bares familiares y pequeños llagares, donde el aroma de la sidra te dará la bienvenida.
El País Vasco completa la travesía sidrera en Gipuzkoa:
- Astigarraga, Hernani y Usurbil: Epicentros sidreros donde vives la tradición del txotx en sidrerías imprescindibles como Zelaia e Isastegi, rodeados de rituales, comida local y ambiente festivo.
Así, la sidra acompaña el paso y el descanso de quienes atraviesan el Camino del Norte, reuniendo paisaje, cultura y hospitalidad en cada vaso escanciado. El encuentro en la sidrería es mucho más que una costumbre; es la síntesis de lo mejor del norte: sabor, tradición y el arte de vivir y compartir.

Los Indianos son parte fundamental de la historia y el paisaje cultural del norte de España, y su influencia se percibe con intensidad a lo largo del Camino del Norte.
El término “Indiano” se refiere al emigrante que partió hacia América —especialmente durante los siglos XIX y principios del XX— en busca de fortuna, y que tras años de esfuerzo decidió regresar a su tierra natal con nuevos recursos, ideas y costumbres.
Esta experiencia transformó notablemente las comunidades del Camino del Norte: los Indianos no solo aportaron capital, sino también innovación y cosmopolitismo. Su retorno dejó una huella visible en la arquitectura y en la vida social: construyeron las famosas casas indianas, mansiones y chalets de estilos eclécticos que mezclan elementos coloniales con detalles locales, fachadas coloridas, grandes ventanales, galerías acristaladas y jardines exóticos donde las palmeras se convirtieron en verdadero símbolo del viaje a las Américas.
Estas casas eran, en muchos casos, una declaración de éxito y apertura al mundo, y muchas veces sirvieron como núcleos de vida social, beneficencia y modernización local: los Indianos fundaron escuelas, hospitales, centros culturales e impulsaron la llegada de electricidad y agua a sus pueblos.
La memoria de los Indianos sobrevive no solo en la arquitectura, sino en tradiciones y costumbres que trajeron consigo. Entre ellas destacan la pasión por la música cubana y sudamericana, recetas culinarias con influencias ultramarinas como el arroz y el café, formas de vestir más refinadas y hábitos sociales de reuniones y fiestas que reinterpretan el mestizaje cultural del regreso. El legado fue tan intenso que hoy muchos pueblos celebran “Fiestas Indianas” para rendir homenaje a aquellos retornados, con vestimentas de época y música tradicional americana, evocando un momento de esplendor y alegría compartida.
¿Dónde se puede admirar este legado mientras se recorre el Camino del Norte?
En Cantabria destacan Colombres —donde el Archivo de Indianos es parada obligada—, Comillas y Medio Cudeyo, mientras que en Asturias sobresalen Llanes y Boal, y en Galicia, Ribadeo. Estas localidades conservan conjuntos únicos de casas indianas, muchas restauradas y visitables, y cada año organizan fiestas en honor a sus Indianos.
En Colombres (Ribadedeva) la Feria de Indianos se celebra del 11 al 13 de julio de 2025, con pasacalles, visitas teatralizadas y conciertos. Ribadeo organiza su Ribadeo Indiano el mismo fin de semana, y Comillas celebra el Día del Indiano entre el 30 de agosto y el 1 de septiembre. Son fiestas alegres y participativas, donde la comunidad se transforma, revive la emigración y comparte con visitantes el recuerdo vivo de quienes cambiaron la historia local.
En la fotografia, Casa Indiana de Colombres.

Las traineras son embarcaciones tradicionales del Cantábrico, surgidas originalmente como barcos de pesca a remo y ocasionalmente a vela, especialmente diseñadas para capturar anchoas y sardinas. Su arquitectura es inconfundible: largas, estrechas, con proa elevada y popa redonda, capaces de resistir el oleaje fuerte y las condiciones adversas del mar Cantábrico.
El nombre “trainera” proviene de la “traína”, la red de malla tupida que usaban los marineros para sus capturas, especialmente en la frenética competencia del desembarque en puerto, donde los primeros en llegar obtenían los mejores precios por la pesca fresca.
Su origen se remonta a finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando la subsistencia pesquera dependía de velocidad y resistencia; las cuadrillas de remeros debían llegar a puerto antes que las demás para subastar la captura. Con el tiempo, esta rivalidad natural evolucionó en competiciones deportivas que hoy son auténticos símbolos veraniegos y de identidad local en los puertos de Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco y el litoral francés. La regata de traineras es mucho más que un deporte: es espectáculo, fiesta y memoria viva del pasado marinero, donde el esfuerzo colectivo, el liderazgo del patrón y el compañerismo siguen siendo valores centrales.
A lo largo de la costa cantábrica existen pequeñas diferencias en las traineras y tradiciones de regata en cada región. Por ejemplo, pueden variar ligeramente en el número de remeros o patrones, los materiales modernos de construcción (del roble y cedro al carbono), y en el formato de las propias competiciones. En Cantabria y el País Vasco, las regatas de traineras se celebran con gran seguimiento popular, mientras que en Galicia las embarcaciones y pruebas pueden adoptar particularidades locales.
Las traineras encuentran semejanzas con otras embarcaciones atlánticas como las yolas de regata británicas y francesas, y las “gig boats” de Cornualles, todas ellas nacidas para la pesca y transformadas en competiciones deportivas basadas en el remo y el dominio del mar. Sin embargo, la trainera conserva una unión especial con la cultura pesquera norteña y el carácter de sus cuadrillas.
Para quien sigue el Camino del Norte de la Costa, las regatas de traineras son una experiencia que merece la pena ver en persona. Cada verano, entre julio y septiembre, los puertos cántabros como Castro Urdiales, Santander y San Vicente de la Barquera —así como en toda la costa vasca y gallega— organizan competiciones donde el viajero puede integrarse en la fiesta: las calles se llenan de música, aficionados y “arraunzales” (remadores y aficionados).
En 2025, el calendario arranca el 5 de julio con la Bandera de Bilbao y culmina alrededor del 21 de septiembre con las finales en Portugalete y otras localidades costeras. Consultar el calendario local y acercarse a los puertos es la mejor forma de descubrir a fondo esta tradición vibrante y ancestral.
La fotografia pertenece al documental Ciaboga' (2019) que narra el origen de las traineras en el Cantábrico en Laredo. El documental Traineras (2024) cuenta la historia de las mujeres traineras.

En Santoña, la anchoa es identidad, historia y símbolo de excelencia que ha dado fama internacional a este puerto cántabro.
La tradición de la anchoa en Santoña se remonta siglos atrás, aunque su mayor impulso llegó a finales del XIX, cuando familias sicilianas introdujeron técnicas de salazón y, más tarde, el fileteado y envasado en aceite que hoy distingue a las mejores anchoas del mundo. La combinación de saber artesanal local y detalles llegados del Mediterráneo hizo de Santoña la capital indiscutible de la anchoa, transformando la economía, el paisaje y el ritmo de vida del pueblo.
El proceso es minucioso y exigente; empieza con la pesca del bocarte (Engraulis encrasicolus) en primavera, cuando este pez alcanza el punto exacto de grasa y sabor. Los pescadores locales emplean técnicas sostenibles —muchas de transmisión familiar— para asegurar la mejor calidad. Nada más llegar, las anchoas se descabezan y evisceran a mano, y se colocan en barriles alternando capas de pescado y sal marina, donde reposan durante varios meses para potenciar sus aromas y textura. La curación suele durar al menos seis meses, pero las mejores anchoas se maduran hasta un año completo.
Después viene el trabajo de las “sobadoras”, mujeres expertas que limpian, pelan y filetean cada anchoa manualmente, retirando espinas y piel sin aplicar calor—una labor delicada y fundamental para lograr los filetes limpios y firmes por los que Santoña es famosa. El último paso es el “envasado”: los filetes seleccionados se colocan cuidadosamente en latas o frascos y se cubren con aceite de oliva de alta calidad, que realza su sabor y prolonga la conservación. Un aspecto curioso es la presencia de un pequeño papel con un número dentro de las latas de anchoas. Este papel identifica a la persona responsable del envasado. Todo el proceso es artesanal y puede llevar hasta un año desde la pesca hasta la degustación final.
¿Qué hace únicas a las anchoas de Santoña? La conjunción de varios factores: la frescura y calidad del bocarte del Cantábrico, el arte del salazón tradicional, el tiempo largo de curación y el meticuloso fileteado manual. El resultado son anchoas de textura sedosa, sabor intenso, perfecto equilibrio entre sal y umami y una limpieza visual inigualable. No sorprende encontrar familias enteras dedicadas por generaciones a este arte.
La anchoa de Santoña es tan valiosa que cuenta con su propia feria anual, la Feria de la Anchoa y la Conserva de Cantabria, que se celebra cada año a principios de mayo, del 1 al 4 en 2025. El evento reúne conserveras, artesanos y visitantes en torno a degustaciones, charlas y demostraciones, acercando el oficio y sus secretos a curiosos y aficionados.
Junto a Santoña, pueblos como Laredo y Colindres también tienen una profunda tradición en la elaboración y curación de la anchoa. Aunque es Santoña la que más ha destacado internacionalmente, las conserveras y técnicas ancestrales se han extendido por toda la costa oriental de Cantabria. Estos pueblos, con puertos pesqueros históricos y familias conserveras, siguen aplicando técnicas que reflejan el saber del mar y perpetúan la calidad del bocarte del Cantábrico.
Si alguna vez pruebas una anchoa de Santoña, Laredo o Colindres, piensa en todo el proceso, la dedicación y el control que hay detrás de cada filete. Son mucho más que alimento: son la historia y el tesoro vivo de Cantabria.
Fotografia del Libro Sobadoras de Anchoa

El arrastre de bueyes en Cantabria es mucho más que una competición: es una celebración ancestral que conecta la fuerza bruta con el respeto al animal, la pericia ganadera con el orgullo de pertenencia y la tierra con el mar. Quien atraviesa estas fiestas junto al litoral, donde el Atlántico bate fuerte contra los acantilados, observa ese fascinante cruce de tradiciones marineras y rurales, especialmente en los pueblos del Camino del Norte de la Costa.
Estos concursos nacieron como una forma de demostrar la fortaleza y destreza de los bueyes, protagonistas en el trabajo de los campos y montes cántabros. Hoy, el arrastre representa identidad y resistencia: la relación paciente entre ganadero y animal, la destreza transmitida de generación en generación, y el testimonio de una vida ligada al paisaje. Sobre la arena, los bueyes arrastran enormes piedras bajo la mirada atenta de familias, jueces y turistas, mientras la comunidad se reúne en torno a este ritual de fuerza y compañerismo.
El Campeonato Regional de Arrastre y Feria de Ganado de Comillas es el gran hito del calendario. Celebrado en la Campa de Sobrellano cada agosto, este evento reúne a los mejores equipos y convierte la villa marinera en epicentro de la tradición ganadera cántabra. Ganaderos llegan de toda la región y es habitual ver familias completas, desde abuelos hasta nietos, participando y disfrutando del ambiente festivo, el mercado de productos locales y el espectáculo de la competición.
A lo largo del Camino del Norte de la Costa, caminantes pueden encontrarse con arrastres en San Vicente de la Barquera (enero, durante las fiestas patronales junto al mar), Castro Urdiales (febrero y junio, en barrios rurales como Helguera de Samano), y en Treceño (junio), entre otros. Estos pueblos, abrazados por pastizales y el Cantábrico, muestran la diversidad y riqueza de la región a través del arrastre, donde es frecuente ver a los más jóvenes acompañando a los mayores, tanto compitiendo como animando desde la grada.
Parte esencial del espectáculo son los ganaderos, ataviados con albarcas de madera y llevando la tradicional vara: un bastón largo, de hasta 150 cm, elaborado de junco. La vara sirve para guiar y comunicarse con los bueyes con gestos precisos y tranquilos, y recuerda al bordón empleado por los propios caminantes que atraviesan el Camino. Abuelos y padres enseñan a los más pequeños el arte de la vara y los secretos del arrastre, mientras los niños animan en la pista y aprenden el valor de la tradición. El público también es multigeneracional: hay quienes recuerdan sus propias experiencias en la competición, y quienes acaban de descubrir el espectáculo por primera vez, sintiéndose parte de la historia viva de Cantabria.
El arrastre es fuerza, respeto, memoria y fiesta compartida. Para caminantes que recorren el Camino del Norte, estos eventos son una oportunidad de contemplar la belleza rural y marina de Cantabria y rendir homenaje a la paciencia, el trabajo y la comunidad que lo hacen posible.

Cantabria es tierra de vacas, y quien viaja por su costa siguiendo el Camino del Norte o se anima a explorar sus valles interiores, pronto se dará cuenta de cómo ellas definen y enriquecen la vida local. Aquí conviven varias razas, cada una con historia y carácter propio.
La Tudanca, autóctona y emblemática, destaca por su resistencia y adaptación a los terrenos montañosos. De tamaño mediano y pelaje marrón oscuro, se reconoce fácilmente por sus cuernos hacia arriba y su caminar ágil en las laderas escarpadas. Hoy es especialmente valorada por la calidad y el sabor de su carne, que protagoniza platos tradicionales y es motivo de orgullo en ferias y eventos gastronómicos de la región. La Tudanca representa la identidad rural y su historia se cruza con la literatura y la vida de los pueblos, siendo protagonista de ferias y festejos ganaderos.
La vaca Frisona es la más común en las numerosas explotaciones lecheras de Cantabria. Originaria de los Países Bajos, llegó hace algunas décadas y se impuso por su elevada producción de leche, convirtiéndose en pilar de la industria quesera y de la elaboración de nata y mantequilla. Se distingue fácilmente por su color blanco y negro y por un tamaño mayor que el Tudanca. La Frisona ha traído modernización y volumen a la economía rural, pero la calidad y el sabor de los productos de las razas autóctonas siguen siendo muy valorados por los conocedores.
La Pasiega, en peligro de extinción, representa una tradición muy especial, sobre todo en los Valles Pasiegos. Su leche es especialmente apreciada para la fabricación de mantequilla artesanal y de dulces típicos como la quesada y el sobao pasiego. Es una vaca de aspecto robusto, color canela claro o rojizo, y suele tener un carácter tranquilo. Su presencia es cada vez más escasa, aunque existen programas de recuperación y promoción de sus productos para mantenerla como parte viva de la cultura local.
La tradición ganadera en Cantabria está profundamente ligada a los productos lácteos, que forman parte del día a día y del atractivo gastronómico. El visitante encontrará queserías que elaboran quesos con Denominación de Origen, como el Picón Bejes-Tresviso, de pasta azul e intenso sabor, y el Quesuco de Liébana, más suave y aromático. La oferta se completa con el Queso de Nata de Cantabria, cremoso y delicado, y otros quesos de montaña elaborados artesanalmente. Además, la leche cántabra se transforma en mantequilla fresca, nata espesa, yogur y, por supuesto, en los dulces más representativos: la quesada pasiega y los sobaos, estos últimos también con denominación de origen, verdaderos emblemas de la repostería local y deleite para quien busca sabores auténticos.
Muchos ganaderos siguen utilizando métodos tradicionales, y es común ver utensilios antiguos en museos rurales, como batidoras de madera y moldes de queso que hablan de generaciones dedicadas a la labor ganadera y quesera.
La cultura de la vaca en Cantabria es mucho más que producción: implica saberes transmitidos, fiestas rurales y una relación directa entre el paisaje y la alimentación. La vaca es parte del ADN de la región y su leche, transformada en quesos y dulces, es una oportunidad deliciosa de conectar con la esencia de Cantabria.

Este 11 de julio de 2025, se ha celebrado en el Real Convento de Santa Clara de Carrión de los Condes, la ceremonia de entrega de la primera financiación del Crowdfunding Regenerativo del Camino, impulsado por WAYS y la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago.
El acto marca el comienzo de la microfinanciacion participativa en el Camino de Santiago, con iniciativas centradas en fortalecer la cultura local, mejorar infraestructuras clave, promover la inclusión y avanzar hacia una mayor sostenibilidad en el Camino.
“Queremos facilitar que los viajeros más conscientes y comprometidos con el Camino tengan una vía de participación directa y significativa”, ha señalado María Parga, portavoz de WAYS. “Gracias a los Pilgrim Tokens, los peregrinos pueden apoyar proyectos como este mientras caminan, exploran y dan valor a lo que descubren.”
En esta ocasión, los fondos se destinarán a la reparación del ascensor del Monasterio de Santa Clara, con el objetivo de mejorar la accesibilidad de este enclave espiritual y patrimonial. Sor Micaela, Abadesa del Monasterio, ha recibido el certificado conmemorativo en nombre de su comunidad, reafirmando el profundo compromiso del convento con la acogida y el espíritu del Camino.
Por su parte, el presidente de la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago, Juan Guerrero Gil, ha subrayado que: “El Camino de Santiago no sería posible sin los miles de personas que, como las hermanas clarisas, lo sostienen cada día con generosidad, esfuerzo y hospitalidad. Esta acción es un paso más hacia un Camino más justo, humano y sostenible.”
Los patrocinadores de este proyecto, AENOR y la Diputación de Palencia, han aportado la financiación en euros equivalente a las contribuciones realizadas en Pilgrim Tokens por la comunidad de caminantes, multiplicando así el impacto de esta acción colectiva. Ambas entidades han querido respaldar este proyecto por su valor simbólico y funcional: un gesto tangible hacia la accesibilidad, la cohesión social y el reconocimiento del papel activo de las comunidades locales en la conservación y promoción del Camino.
WAYS y la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino invitan a cualquier peregrino o amante del Camino de Santiago a contribuir a otros proyectos regenerativos activos en su plataforma digital, impulsando así un nuevo modelo de participación solidaria y sostenible.
Puedes sumarte desde: https://waysjourneys.com/es/crowdfunding
El acto fue cubierto por las siguientes publicaciones:
Diario Palentino
El Norte de Castilla

Tierra de Campos, es una extensa comarca situada en el noroeste de España, repartida principalmente entre las provincias de Palencia, Valladolid, Zamora y León, en la comunidad autónoma de Castilla y León. La region abarca aproximadamente 5.000 Km2 de las provincias de, sobre todo, Palencia y Valladolid y en menor medida de Zamora y León. El sector palentino, con más de 2.000 Km2, ocupa la mayor parte de esta comarca.
Esta vasta llanura es conocida por su paisaje predominantemente llano, su rica historia y patrimonio artístico, su cultura rural y su intensa actividad agrícola. Considerada la quintaesesencia del paisaje de Castilla y León, con sus largos espacios de planicies doradas y suaves ondulaciones, Tierra de Campos ha sido una de los mayores productores de cereal ( trigo y cebada) desde el tiempo de los romanos.
Uno de los aspectos más interesantes de Tierra de Campos es su patrimonio arquitectónico y cultural, donde se pueden encontrar importantes vestigios históricos, como iglesias románicas y góticas, muchas de ellas con singulares campanarios. Los palomares, construcciones tradicionales dedicadas a la cría de palomas, también son característicos de esta zona.
El Camino en Palencia
La comarca de Tierra de Campos es atravesada por El Camino de Santiago, y cruza toda la provincia de Palencia desde Burgos hacia León, a lo largo de más de 70 kilómetros. Este tramo no presenta grandes dificultades, ya que posiblemente sea uno de los tramos más llanos y con menos desniveles de su internacional recorrido y el peregrino que lo desee en este recorrido de la ruta de la provincia de Palencia, no pisará asfalto.
El paisaje en este tramo del camino a su paso por Palencia, va desde las verdes riberas de los ríos Carrión o Pisuerga y el frescor del Canal de Castilla a las inmensidades cerealistas de la Tierra de Campos.
Patrimonio artístico y cultural
Esta provincia contiene una de las mejores exhibiciones del arte Románico Español del siglo XI- XII, con innumerables iglesias y ermitas de gran valor histórico. En este tramo de la ruta del Camino Jacobea, se pueden ademas apreciar importantes monumento góticos junto a la arquitectura tradicional de Palencia, basada en el barro y la paja.
El peregrino podrá encontrar importantes ejemplos a lo largo del siguiente recorrido:
- Itero de la Vega. Conserva los restos de un Puente Romano y de la correspondiente calzada que por allí pasaba. Además dispone de un sencillo rollo jurisdiccional de piedra
- Boadilla del Camino, con la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción construida de los S. XV al XVIII. También es de destacar la pila bautismal y su rollo jurisdiccional.
- Frómista. Con 2 iglesias declaradas monumentos histórico-artísticos, la magnífica Iglesia de San Martín de Tours y la Iglesia de Santa María de Castillo.
- Villarmentero de Campos. En su iglesia dedicada a San Martín de Tours encontramos un artesonado mudejar del S. XVI y, del mismo siglo, un retablo mayor, obra plateresca.
- Villasirga. De interés la Iglesia de Santa María la Blanca, declarada monumento histórico artístico.
- Carrión de los Condes. Ciudad importante en la Edad Media, y de gran interés cultural, con la Iglesia de Santa María de las Victorias y del Camino, la más antigua de Carrión, construida hacia el año 1130 y Los Monasterios de San Zoilo y el Real Monasterio de Santa Clara.
- Quintanilla de la Cueza. Con la iglesia parroquial dedicada a la Asunción y su Villa Romana del Siglo III y IV en la que se conservan una colección de mosaicos descubiertos en 1970.
- Calzadilla de la Cueza, punto del antiguo camino empedrado (el cual también dio nombre a este pueblo) del que se conservan restos. En esta zona abundan construcciones típicas como son los palomares.
Quien quiera adentrarse en esta región de Tierra de Campos podrá disfrutar no solamente de la magnífica herencia artística y cultural, además tendrá ocasión de experimentar la soledad, quietud y los campos infinitos de estas tierras con tradición peregrina.
Articulo firmado por Angélica de Diego

La web de Carrión de los Condes permite no solo hacer un tour digital de Carrion sino conocer en detalle los lugares por los que pasa.
https://carriondeloscondes.lovesenqr.com/
Dos rutas, Azul y Roja, cubren la totalidad de la ciudad y ademas de los numerosos y significativos monumentos religiosos de Carrion, la visita 360 permite “visitar” virtualmente el interior de numerosos edificios civiles que pudieran estar cerrados a los peregrinos en sus horarios:
El Teatro Sarabia, construido en el siglo XIX, es un teatro de estilo italiano que ha sido un importante centro cultural en Carrión. Su sala principal, con decoración neoclásica y capacidad para 500 personas, ha acogido representaciones teatrales, conciertos y eventos culturales. Su nombre honra a Julián Sarabia, un benefactor local.
Ayuntamiento: construido en el siglo XVI y renovado en el XVIII, presenta una fachada de estilo neoclásico. El edificio alberga las oficinas municipales y es el centro administrativo de Carrión.
Casa de la Cultura (Antigua Cárcel): La Casa de la Cultura, ubicada en la antigua cárcel del siglo XIX, ha sido rehabilitada para actividades culturales, por eso allí se encuentra ubicada la biblioteca de la ciudad. Conserva elementos de su estructura original, como celdas y muros de piedra, y ofrece exposiciones y talleres.
El Museo de la Vera Cruz: La Ermita de la Vera Cruz, de estilo gótico tardío, es conocida por su retablo renacentista. La ermita alberga la imagen del Cristo de la Vera Cruz, una talla de madera policromada, y es centro de devoción local.
Museo de Semana Santa son lugares donde se puede apreciar la riqueza de la tradición religiosa en Carrión, con colecciones que ilustran la devoción y los ritos de la Semana Santa, una de las celebraciones más importantes de la ciudad.

La olla podrida es uno de los platos de referencia en la gastronomía de Castilla, y está particularmente vinculado a Burgos, siendo uno de los platos típicos de esta provincia junto con la morcilla, la sopa castellana y el lechazo.
Su nombre, que puede parecer extraño hoy en día, no parece referirse a que los ingredientes estén en mal estado. Se cree que, “podrida” vendría del término “poderida”, que en su origen significaba “poderosa” o “fuerte”, lo que seria una alusión a la riqueza y contundencia de los ingredientes que se utilizan para elaborarla.
Este guiso es una especie de estofado o cocido que se caracteriza por su abundancia y variedad de ingredientes. La base del plato suele estar formada por legumbres, principalmente alubias rojas, aunque en algunas versiones regionales se emplean alubias blancas o garbanzos. A la típica olla podrida se le añaden ingredientes cárnicos fuertes, principalmente provenientes del cerdo, como la morcilla de arroz y el chorizo, junto con adobados, curados y ahumados como la costilla, la panceta, la oreja y el morro. Para hacer de la olla un plato perfecto, en ocasiones se añade la deliciosa bola o relleno, realizado con huevo y tocino.
La preparación de la olla podrida es un proceso que requiere tiempo y paciencia. Tradicionalmente, se cocina a fuego lento durante varias horas, lo que permite que las carnes se ablanden y la legumbre absorban los sabores de todos los ingredientes. Esta cocción prolongada es clave para lograr el resultado final: un guiso sustancioso, con un caldo espeso y bien aromatizado, y una carne tan tierna que prácticamente se deshace en la boca.
Historia y Tradición
La olla podrida es considerado la precursora de todos los pucheros y cocidos actuales, en España y America Latina, está llena de historia y tradición y se ha convertido en un símbolo de la gastronomía burgalesa.
La historia de la olla podrida se remonta a la Edad Media en España. Algunos la relacionan con la “adafina”, la cual Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita ya menciona en su “Libro del buen amor” (1330 y 1343). Este plato era una comida completa, que los judíos sefarditas preparaban con un día de anterioridad al sabbat, la cual combinaba legumbres, hortalizas, cordero y varias especies. La comunidad cristiana habría añadido al plato diversas partes del cerdo, convirtiéndose así en la version de la olla que ha llegado hasta nuestros dias.
La olla podrida era originalmente un plato que se preparaba en las grandes ollas de hierro o barro, que se colocaban sobre el fuego, lo que permitía alimentar a una gran cantidad de personas. Aparece registrada ya en los recetarios españoles del siglo XVI y la riqueza o pobreza en ingredientes de este plato se debía a las posibilidades de cada casa.
En el siglo XVII la olla podrida era un plato asociado con las clases altas, debido a que los ingredientes se volvieron más sofisticados, incluyendo carnes exóticas como la liebre, el faisán y el ciervo, así como una amplia variedad de especias. El escritor Miguel de Cervantes, en su obra Don Quijote de la Mancha, hace referencia a la olla podrida como un manjar digno de los banquetes más opulentos, lo que subraya su importancia en la gastronomía de la época.
En la actualidad, la olla podrida sigue siendo apreciada por quienes disfrutan de la cocina tradicional española, y muchos restaurantes, especialmente en Castilla y Burgos, la ofrecen como parte de su menú típico.
Articulo firmado por Angélica de Diego

La Morcilla de Burgos, un tipo de morcilla española, es uno de los productos más icónicos de Tierra de Campos. Con una historia profundamente arraigada en la tradición culinaria española, la Morcilla de Burgos destaca por su sabor distintivo, sus ingredientes contundentes y su versatilidad en diversos platos.
Este manjar tradicional es apreciado tanto a nivel local como internacional, y desempeña un papel fundamental en la identidad cultural y gastronómica de la región de Burgos.
Una Mezcla Única de Ingredientes
La Morcilla de Burgos se elabora a partir de una combinación única de ingredientes que la diferencia de otras variedades de morcilla. Los ingredientes principales incluyen sangre de cerdo, arroz, cebollas y manteca, junto con especias como sal, pimienta y un toque de pimentón, que añade un perfil de sabor robusto. Uno de los componentes clave que distingue a la Morcilla de Burgos de otras morcillas españolas es la inclusión del arroz, introducido en el siglo XVIII por los mercaderes valencianos que viajaban a la región montañosa de Burgos para adquirir su apreciada madera de pino. El arroz aporta una textura suave y ligeramente masticable, y equilibra los sabores intensos de la sangre y las cebollas. La mezcla de estos ingredientes se embute en una tripa natural, que luego se hierve o se asa, dándole a la morcilla su característica apariencia oscura y rica.
El sabor de la morcilla es contundente y terroso, con el dulzor de las cebollas caramelizadas y el sabor salado de la sangre de cerdo en perfecto equilibrio. El uso del arroz le da una sensación única en el paladar y suaviza el perfil de sabor, a veces intenso, típico de los productos a base de sangre. Esta combinación de ingredientes ha sido perfeccionada a lo largo de los siglos, dando como resultado un producto profundamente ligado al patrimonio agrícola y culinario de la región.
Historia y Tradición
Los orígenes de la Morcilla de Burgos se remontan a tiempos antiguos, cuando la eficiencia en la preparación de alimentos era esencial para la supervivencia. En las comunidades rurales, no se desperdiciaba ninguna parte del animal, y la creación de morcillas como la Morcilla de Burgos permitía conservar los alimentos durante largos períodos. Con el tiempo, este alimento práctico evolucionó hasta convertirse en una especialidad culinaria apreciada.
En Burgos, la producción de morcilla se ha convertido en un arte, con recetas que se transmiten de generación en generación. Aunque muchas otras regiones de España producen sus propias variaciones de morcilla, la Morcilla de Burgos es particularmente estimada por la alta calidad de sus ingredientes y los métodos tradicionales de preparación. De hecho, la morcilla ha ganado tal reputación que ahora goza de la Indicación Geográfica Protegida (IGP) otorgada por la Unión Europea, lo que garantiza que solo las morcillas producidas en Burgos bajo estrictas normas pueden llevar la etiqueta de Morcilla de Burgos.
Usos Culinarios
La Morcilla de Burgos es un ingrediente increíblemente versátil que se presta a una amplia variedad de platos. Se puede asar, freír o hornear, y a menudo se sirve como tapa o se incluye en platos más complejos como guisos y estofados. Su sabor intenso combina bien con verduras contundentes como patatas, pimientos y legumbres, y es común encontrarla en platos tradicionales españoles como el cocido o las lentejas.
En los últimos años, los chefs han comenzado a experimentar con la Morcilla de Burgos en recetas contemporáneas, incorporándola en platos gourmet y fusionándola con cocinas internacionales. Su sabor audaz y sabroso la convierte en un ingrediente ideal para maridar con una variedad de sabores, desde vinagres ácidos y verduras encurtidas hasta salsas ricas y cremosas.
Un Símbolo de Burgos y de su Tradición Culinaria
La Morcilla de Burgos es un símbolo de la región y una muestra del valor de preservar el patrimonio cultural a través de la gastronomía. Ya sea disfrutada en una mesa rústica en el campo o en un moderno bar de tapas urbano, la Morcilla de Burgos continúa cautivando a los amantes de la comida con su sabor distintivo y su rica historia. Para cualquiera que explore la cocina de Burgos, probar la Morcilla de Burgos es una experiencia imprescindible.
Articulo firmado por Angélica de Diego

El Camino de Santiago, ese antiguo camino recorrido por millones de personas en busca de algo—ya sea penitencia, iluminación o simplemente una larga caminata—siempre ha tenido sus talismanes. La concha de vieira, el bordón, la calabaza para el agua. Pero para aquellos que conocen la historia y la tradición del Camino un poco más a fondo, existe otro símbolo, uno un poco más oscuro, un poco más misterioso: el azabache.
El azabache no es una piedra cualquiera. Es conocido como el “ámbar negro”, una madera fosilizada que fue un tronco de árbol alto y majestuoso durante el período Jurásico, cuando los dinosaurios aún vagaban por la Tierra. Encontrado en los oscuros y profundos yacimientos de Asturias y en algunos otros lugares del mundo, el azabache es único en su profundidad de color y en la energía que parece llevar dentro de su superficie brillante y pulida.
La Antigua Mística del Azabache
Durante siglos, esta piedra ha estado íntimamente ligada al Camino de Santiago como un protector, un talismán. Los peregrinos, cansados de su largo viaje, llegaban a Santiago y a menudo buscaban una pieza de azabache, tallada en forma de cruz, de concha de vieira o incluso en el puño de protección, conocido como "figa". Se creía que estos pequeños amuletos ahuyentaban el mal, protegían del infame mal de ojo y aseguraban un viaje seguro de regreso a casa.
Las raíces de esta creencia son profundas. En la época romana, y probablemente mucho antes, el azabache era apreciado por sus supuestas propiedades mágicas. Su capacidad para generar una carga eléctrica cuando se frotaba, la forma en que parecía absorber la energía negativa, todo esto alimentó su leyenda. Para la Edad Media, Santiago de Compostela se había convertido en el epicentro de la talla de azabache, con la Rua de Acibechería en el casco antiguo llena de artesanos que trabajaban la piedra en formas tanto sagradas como profanas.
Una Tradición que Perdura
Avancemos hasta hoy, y el azabache sigue siendo una parte integral de la experiencia del Camino. Las calles de Santiago están llenas de tiendas que venden todo tipo de souvenirs algunos de verdad, otros no, pero para aquellos que se toman el tiempo de buscar el artículo genuino, la experiencia puede valer la pena.
El azabache, con su profundo color negro, es más que una simple piedra bonita. Es un fósil, un remanente de un mundo que se ha ido hace mucho tiempo, pero que aún nos habla hoy en día. Es un recordatorio del paso del tiempo, de los incontables pies que han recorrido el Camino antes que nosotros, y de los muchos más que lo seguirán. Es una conexión con la tierra, con el pasado y con algo más grande que nosotros mismos.
Así que la próxima vez que te encuentres en Santiago, deambulando por sus estrechas calles, detente en una de las antiguas tiendas de azabache. Toma una pieza de esta antigua piedra, siente su peso en tu mano, su suavidad bajo tus dedos. No estás sosteniendo solo una piedra; estás sosteniendo un pedazo de historia, un pedazo del propio Camino.